Querido amigo, amante, amor.
Me despido de ti, del que durante
años lo fue todo para mí, por el que habría dado mi vida entera, a quien me
consagré, por el que sufrí, luché, amé y derramé millones de lágrimas. Por el
que hoy estoy arruinada y endeudada de por vida. Al que justifiqué, encubrí,
defendí ante todo y ante el mundo entero.
Debí hacer caso de mi instinto
hace muchos años, cuando el mismo me
hacía sospechar y mis temores siempre eran
certezas. Ese instinto al que doblegaba y abofeteaba cada vez que frente a ti hablaba
de separación y sucumbía, una y otra vez, a tus lágrimas, tus lloros, tus
súplicas, tus promesas implorando, rogando, mintiendo siempre, pidiendo otra
oportunidad.
Aún recuerdo tus reproches
velados por mi independencia, mi autonomía, siempre te quejabas de que yo era
tan autosuficiente que no parecía necesitarte nunca.
¡Cuánto me alegro de no haber
cedido un ápice ante eso, de no haber sucumbido a tus reproches!
Te molestaba mi fuerza, mi
equilibrio, mi energía, no pudiste con ello, me había vuelto demasiada mujer
para ti.
Durante años trabajaste por
volverte prescindible, innecesario. Te volviste incluso molesto y un lastre
para mí. Por eso hoy camino ligera hacia delante. Cada día que pasa aligero mi
peso, mis alas se van recomponiendo lentamente, la herida se cerrará y yo
quizás algún día vuelva a recordar cómo se vuela en solitario.
Mi corazón se vacía de ti y mi
cabeza te relegará a ser pasado.
A ti, que lo fuiste todo
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